(...) Aureliano no comprendió hasta entonces cuánto quena a sus amigos,
cuánta falta le hacían, y cuánto hubiera dado por estar con ellos en aquel
momento. Puso al niño en la canastilla que su madre le había preparado, le tapó
la cara al cadáver con una manta, y vagó sin rumbo por el pueblo desierto,
buscando un desfiladero de regreso al pasado. Llamó a la puerta de la botica, donde
no había estado en los últimos tiempos, y lo que encontró fue un taller de
carpintería. La anciana que le abrió la puerta con una lámpara en la mano se
compadeció de su desvarío, e insistió en que no, que allí no había habido nunca
una botica, ni había conocido jamás una mujer de cuello esbelto y ojos
adormecidos que se llamara Mercedes. Lloró con la frente apoyada en la puerta
de la antigua librería del sabio catalán, consciente de que estaba pagando los
llantos atrasados de una muerte que no quiso llorar a tiempo para no romper los
hechizos del amor. Se rompió los puños contra los muros de argamasa de El
Niño de Oro, clamando por Pilar Ternera, indiferente a los luminosos discos
anaranjados que cruzaban por el cielo, y que tantas veces había contemplado con
una fascinación pueril, en noches de fiesta, desde el patio de los alcaravanes.
En el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia un conjunto de
acordeones tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero
de los secretos de Francisco el Hombre. El cantinero, que tenía un brazo seco y
como achicharrado por haberlo levantado contra su madre, invitó a Aureliano a
tomarse una botella de aguardiente, y Aureliano lo invitó a otra. El cantinero
le habló de la desgracia de su brazo. Aureliano le habló de la desgracia de su
corazón, seco y como achicharrado por haberlo levantado contra su hermana.
Terminaron llorando juntos y Aureliano sintió por un momento que el
dolor había terminado. Pero cuando volvió a quedar solo en la última madrugada
de Macondo, se abrió de brazos en la mitad de la plaza, dispuesto a despertar
al mundo entero, y gritó con toda su alma:(...)